Artículos y cartas

¡Claro que sí!

Venga, lo voy a escribir, ¿por qué no? Sólo por el placer de contar un pequeño gran logro, un pequeño gran milagro.
He conseguido cambiar mi estado de ánimo.
Os pongo en antecedentes.
Desde la vuelta de unas maravillosas vacaciones y teniendo que afrontar una serie de cambios importantes en mi vida, mi archiconocida pandilla de pensamientos negativos empezó a campar a sus anchas por mi mente, augurando un futuro de lo más aterrador y propiciando un presente conflictivo y con altibajos emocionales.
Mi atención estaba puesta en el error, en lo que no tenía, en lo que tenía que arreglar… Y si a esto le sumamos un halo de insatisfacción constante en mi vida, os podéis imaginar el cuadro.
Esta noche ya no lo pude resistir más, estaba harta de sentirme así y no se me ocurría cómo hacer para soltar de una vez esa carga que yo misma me creo. Así que me puse a escribir. Necesitaba, al menos, desahogarme.
La escritura para mí es una válvula de escape maravillosa, pues gracias al papel y al bolígrafo puedo dejar salir de mi cabeza todo aquello que me ronda incesantemente y que anula muchas veces mi capacidad de acción (“la parálisis por el análisis”, como bien me dijo una gran sabia).
Cuál fue mi sorpresa cuando, al dejar fluir mis pensamientos sobre el folio en blanco, “descubro” (si es que se le puede llamar descubrimiento a algo que ya sabemos pero que no nos atrevemos a confrontar) que la creencia que me impide dejar de poner mi foco en lo “negativo, en lo que falta” es el miedo a dejar de buscar la perfección. Me di cuenta de que lo sentía como una rendición, que si de repente empezaba a ver las cosas buenas que ya tenía o aquello que había mejorado era una traición a mí misma, me estaba “conformando” con lo que ya era…
Ojos como platos.
Buen comienzo.
Pues bien, me rendí, me di por vencida, decidí conformarme con el momento presente, con lo que hay, y soltar de una vez lo que hubo, pudo haber, podrá ser…
Me sentía bien, cómoda con mi sabia decisión, contenta por haberme dado cuenta de… Un momento… De repente ya no me sentía tan bien…
El miedo.
Efectivamente, el siguiente paso intuitivo fue rellenar una hoja entera con los miedos que se estaban despertando (es lo que tiene el dar un portazo a una creencia, hace mucho ruido y los fantasmas aparecen).
Y después de desempolvarlos, sólo me quedaba agruparlos, puesto que en el fondo son 2 ó 3 que se repiten mucho y van cambiando de nombre.
Resumí en un párrafo lo horrible que podría ser el futuro que se avecinaba, los cambios tan tremendos que iba a tener que asumir y lo mal que me iba a ir todo.
Ahora sólo quedaba darle la vuelta porque, total, si son fantasías, al menos que sean buenas, ¿no?
Pues eso hice, escribí lo mismo que en el párrafo anterior pero vaticinando un futuro lleno de éxitos y de bienestar, plagado de cosas buenas y de momentos aún mejores. Y este trocito final lo leí unas cuantas veces, tantas que de repente empecé a notar una gran sonrisa en mi rostro y cómo mi respiración se iba ampliando cada vez más, hasta tomar una maravillosa y profunda inhalación que me relajó por completo.
¡Bien, se obró el milagro!
¿Qué fácil era, verdad? Sólo necesitaba un pequeño momento a solas, en calma, y dejarlo salir.
Porque como bien dice mi querido “Renegado Cósmico” en su vídeo “Eres todopoderos@”: “la autosugestión funciona”. O dicho de otra manera: lo que yo creo, crea.
Si son fantasías, que al menos sean buenas.
Patricia.

 


*


Carta de Verónica

Hace siete  años me topé con el libro “ El resurgir de lo Femenino”, ése fue mi primer encuentro con la palabra Rebirthig. Conecté desde el principio con él, luego años más tarde, cuando supe que Patricia Medina era RENACEDORA, supe que tarde o temprano, emprendería ese proceso con ella. No sé exactamente el tiempo transcurrido hasta que por fin, me decidí a comenzarlo y completar MI proceso de Renacimiento.

El deseo de comenzar el proceso, estaba condicionado por mi deseo de ser madre, sanar la herida materna y relación con mi madre, afrontar el nuevo reto de seguir con mi proyecto empresarial después del primer “fracaso”, comprender la nueva persona en la que me estaba convirtiendo después del fallecimiento de la persona más importante para mí hasta el momento, mi padre.

Cuando escribo esto después de una semana de completar mi ciclo de 10 sesiones, me siento tranquila y en paz, más segura de mí misma, LLENA DE CONFIANZA.
Siempre he bromeado autollamándome “poliédrica polar”, después de muchos años he vuelto a sentir-me en UNIDAD conmigo.
Me considero una persona que se “trabaja a sí misma”, llevo muchos años en el crecimiento personal y he practicado numerosas técnicas, tanto a nivel particular como en mi consulta. Más allá de todos los temas que puede tocar el Renacimiento, para mí lo más importante era el hecho físico de RESPIRAR, y estar ACOMPAÑADA a lo que pudiera surgir ahí. Ése era mi mayor miedo, pero como todos los miedos: “no son los monstruos tan grandes como los imaginamos”.

Las sesiones transcurrieron en un ambiente cálido y amable. La voz y tacto de Patricia, me hacían sentir totalmente segura. Era muy fácil abrir junto a ella todas las angustias y preguntas que me hacía.
Cada sesión venía con una ola de serenidad. De sesión en sesión pareciera que mi memoria se abría a lo largo de la semana. Recordaba hechos, personas, sensaciones, olores, sabores... lo recordaba sin ninguna carga emocional ni buena ni mala. ESTE PROCESO ES MUY SUTIL, Y NATURAL.
He llorado, reído, suspirado, soñado, confiado, soltado, aferrado, reafirmado... pero siempre volvía a casa, con la sensación de que había merecido el obviar la apatía para volver a la sesión siguiente.

He comprendido muchas de mis reacciones resortes, el nacimiento de algunos miedos y creencias. La tarea sigue. Me llevo una gran experiencia y aprendizaje que sé que tiene que seguir floreciendo. SE HA ABIERTO UNA GRAN PUERTA SIN MARCO PARA MÍ, LLEGUÉ CON LA SENSACIÓN DE QUE TODO LO QUE HABÍA APRENDIDO YA NO ME SERVÍA, CONFIÉ EN EL REBIRTHING, Y TAMPOCO ESO QUE CREÍA IMPORTA AHORA. RES-PI-RAR, SÍ!!!

*

Otro pequeño puño en alto.
Los peligros de querer decidir por una misma.

En un principio iba a titular este artículo “Los peligros de querer parir en casa” pero, a medida que iba escribiendo, me fui dando cuenta de que no se trataba sólo del hecho de que quisiera parir en casa y, al acabar en el hospital, la ginecóloga “se cebara” conmigo. Era algo mucho más grande… Era que había tomado decisiones (conscientes, informadas, coherentes…) y eso no está bien visto. Menos aún si se trata de cómo querer parir.

Nueve meses tardé en poder sentarme a escribir esto. Ahora, tres meses más tarde (mi hija acaba de cumplir un año), lo retoco y le doy algo de forma. El primer borrador supuso haber pasado el duelo suficiente para poder “vomitar” lo que ha sido para mí la forma de nacer de mi hija. Esta nueva versión está pasada por el tamiz de la corrección… No de una corrección política, sino de foco, de objetivo. No quiero contar los detalles escabrosos de mi experiencia hospitalaria. Quiero poner énfasis en cómo este sistema sanitario castiga y oprime la voluntad de la mujer que da a luz.

Yo quería un parto en casa, pero no en una casa cualquiera, sino en MI casa, en la casa donde crecí. Un parto en casa con mis matronas, mis doulas, mi pareja, mi piscina, mi pelota de Pilates, mi música, mi yoga y mis posturas. Todo el pack. De hecho, las más de 24 horas que estuve en la casa dilatando fueron las más bonitas de todo el proceso. Ni dolor ni leches, ¡yo estaba drogada de amor! Además, yo sabía que el parto de una primeriza podía ser largo, así que me conciencié (o, al menos, creía estarlo) para aguantar mucho, no sólo físicamente, sino mental y emocionalmente. Pero después de casi 5 horas de expulsivo, en las que la borrachera de amor se había disipado por completo y ahora el dolor ya era insoportable, habiéndose roto la bolsa y ver que se me había cerrado un poco el cuello del útero, me bloqueé.
Yo sólo quería dormir, “Ya mañana sigo”, decía mi neurona parturienta. Pero tumbada en la cama, el dolor de las contracciones era intensísimo, rozando el sufrimiento. Así que decidí ir al hospital para que me ayudaran en el expulsivo, ya que mi bebé venía de cara.
He dicho “decidí”. ¿Qué palabra, no? Porque si de una cosa me he dado cuenta es de que las mujeres, y más aún, las madres paridoras, no solemos hacer uso de ella.

Eran las 3 de la madrugada cuando llegué al hospital, con el cuello del útero dilatado en 8 centímetros, la bolsa rota tres horas antes y con bastante líquido amniótico aún. Si no fuera porque mi maravillosa y profesional matrona nos acompañaba, nadie habría sospechado que veníamos de un parto en casa… ¿Y por qué lo expreso así? Pues porque me topé con algunas personas a las que ese dato les molestó muchísimo, al parecer, y no trabajaron con el respeto (ya no digo “amor” ni “delicadeza”) que ese trance, y yo misma, merecía. Hablando en plata, que se cebaron conmigo, vaya.
Menos mal que mi pareja estuvo todo el tiempo al pie del cañón, percatándose de todas las negligencias que se cometían y tratando de subsanarlas en la medida de sus posibilidades. Entre esas negligencias están el poner un nombre completamente diferente al mío en la pulsera que me identificaba, tardar más de 5 horas en ponerme la epidural (debido a los recortes presupuestarios en un protocolo de alergia), administrarme oxitocina sintética cuando aún no me había hecho efecto la epidural, y luego estar más de 2 horas solos en el paritorio, oyendo el vocerío que se formaba con el cambio de turno…

Total, que a las 10 de la mañana nos encienden las luces, entran muchas personas, entre ellas varias ginecólogas, me ponen las piernas sobre el “potro” y a empujar. Así, sin más. Lo cierto es que he de agradecer que la primera ginecóloga que apareció se presentó y me dio las instrucciones con relativo respeto. Al menos me miró a los ojos. Recuerdo que se quedó alucinada con lo bien que empujaba (y yo, para mis adentros, recordando las horas que estuve haciéndolo en casa). Eso sí, yo trataba de ayudar a la gravedad yendo a la contra de lo que ellas me hacían, pues tumbada y con las piernas en alto, no era capaz de empujar… La cosa se puso seria cuando apareció la otra ginecóloga. Directamente se subió encima de mi barriga (“maniobra de Kristeller”), haciéndome un daño insoportable puesto que la zona ya la tenía bastante dolorida después de haber llevado durante más de 5 horas las bandas de los monitores. La otra me echa la bronca porque “¡antes empujabas mejor!”, yo tratando de decir que me están haciendo mucho daño, la de encima aplastándome sin compasión y amasándome el vientre… ¡Un horror!
Pero no acabó ahí… La “ginecóloga respetuosa” se fue a atender una cesárea y se quedó conmigo la otra. En ese momento, echaron a mi pareja del paritorio. Ella se colocó entre mis piernas, me dijo que iban a sacar a mi bebé con un tipo de ventosa pequeñita (que llaman “kiwi”), me hizo una episiotomía, me metieron la ventosa y en seguida mi hija estaba fuera con un bollito en su cráneo.

Nuestra salvación fue una matrona estupenda, perteneciente al equipo de parto en casa que yo había contratado y que trabajada además en ese centro, que estuvo con nosotros todo el tiempo (la matrona que nos acompañó al hospital se fue cuando vio que estaba su compañera). Fue ella quien se llevó a mi bebé en cuanto nació, dejándome apenas unos segundos para que la tocara y la besara. Gracias a esta matrona estuve tranquila porque sabía que ella velaría por que se respetasen mis decisiones en cuanto a mi hija (otra vez esa palabrita que tanto rechina). Por supuesto, la ginecóloga no se cortó un pelo y en calidad de autoridad moral me espetó varios comentarios del tipo “Esas decisiones las tomas según tus conocimientos, ¿no?” (con bastante sorna), todo ello mientras me arrancaba la placenta –que ya estaba medio desprendida- y me suministraba antibióticos.

Cuando por fin tengo a mi pequeña entre mis brazos, me apresuro a quitarle el envoltorio y a pegarla contra mi pecho lo más fuerte y amorosamente que puedo, mientras le susurro todas las palabras bonitas que me salen y mi novio atina a hacer algunas fotos con el móvil gracias a que una enfermera le animara a ello. Esas fotos para mí son oro. Recuerdo esos momentos tan emocionantes, el olor de mi bebé, aún pringosilla de sangre y fluidos, sus ojitos intentando abrirse poco a poco, sus gemiditos, su primera mirada… Y de fondo, las enfermeras comentando “Hay que ver que este bebé aún no ha llorado”, mientras la ginecóloga cosía el corte vaginal que me había dado (recuerdo que pedía “¡Más hilo, más hilo!”… Nunca nos dijeron cuántos puntos me pusieron).
¿Y cuándo lloró mi bebé? Pues cuando se la llevaron de nuevo de mi pecho porque tenían que hacerle más mediciones y más historias… Entonces me permití decir “¿No queríais que llorase? Pues ahí está, llorando”.

Así recuerdo el parto de mi hija. Por fin he sido capaz de escribir algo de lo que pasó y de cómo lo viví. Todo es perfecto, lo sé. Todo pasa por algo, también lo sé. Pero es muy duro querer lo que yo considero lo mejor para ese momento tan importante de mi vida y encontrarme con maltratos, reproches y comentarios del tipo “Eso te pasa por tu mala cabeza”, “Claro, le tenías tanto miedo al hospital que al final acabaste en él” o “¡Anda!, ¿al final acabaste en el hospital? ¡Toma, lo sabía!”… ¿Por qué? ¿Es que acaso no tengo derecho a DECIDIR? A mis 34 años, ¿no soy lo suficientemente madura como para ELEGIR lo que quiero y cómo lo quiero?

De todas formas, si me dieran a elegir, volvería a pagar mi parto en casa, porque el asesoramiento, acompañamiento y seguimiento de esas matronas, no tiene precio. Me salvaron en el postparto. De no ser por ellas, la lactancia se habría ido al garete y el daño de la episiotomía habría sido mucho mayor. Siempre les estaré agradecida por tanto respeto y cariño.

¿Qué está pasando en este país, que parece ir a la cola en todo? Y ahora saco a colación toda la controversia sobre las doulas. Me entristeció mucho leer comentarios de mujeres que claramente desconocían la labor de este colectivo. Muchas decían “Estamos en el siglo XXI y estas mujeres pretenden que volvamos a parir en las casas”.
Las doulas no pretenden nada, ellas simplemente están al servicio de la familia, de lo que ésta necesita –sobre todo, la madre-, pero además yo digo “Sí, estamos en el siglo XXI, hay muchísima información al alcance de casi todo el mundo, ¿por qué, si no se comete ninguna imprudencia, no se puede parir de la forma en que una mujer quiera? ¿Por qué hay que irse a los extremos? ¿Por qué “en casa o en hospital”? ¿Por qué no aprendemos de una vez a tomar lo bueno que nos ofrece cada cosa, sin llenarnos de prejuicios y ensuciando nuestra labor?”.

¿POR QUÉ NO PUDE TENER UN PARTO RESPETADO EN EL HOSPITAL Y FUI VÍCTIMA DE VIOLENCIA OBSTÉTRICA?

Aún hoy, un año después, sigo sin encontrar las respuestas.
*
 Carta de L.
<<RENACER… UN MILAGRO EN MI VIDA, UN RENACIMIENTO…>>

"Estoy en un momento de mi vida en el que me siento más perdida que nunca y en el que no consigo ver claro, me hundo, me deprimo, lloro. No sé qué hacer después de años de terapia con multitud de psicólogos, ya no sé dónde buscar ayuda, siento que lo he probado todo y me siento más sola que nunca.

En este preciso momento de desesperación, en el que mi familia sufre las consecuencias y eso me hace sentir una culpabilidad y una impotencia enormes: soy madre de una niña de 3 años y tengo una pareja que adoro; en ese instante, aparece Patricia, aparece Rebirthing…

La casualidad hace que llevemos unos meses trabajando juntas dando clases de teatro en un mismo centro. Pero ese día, unas miradas se cruzan desde otro ángulo, se entienden, me habla de la respiración, de las doulas, de rebirthing y siento que puede ser lo que me falta, lo que me va a dar la clave en mi vida… y así fue.

Empezamos las sesiones de inmediato, porque Patricia se iba de Madrid en menos de dos meses, y todo iba a ser muy intenso y condensado para poder hacer las diez sesiones recomendadas.

El principio se retrasa porque yo me pongo mala, creo que algo me da mucho miedo de empezar esta nueva aventura, un miedo a lo desconocido y un miedo de descubrir algo que está muy encerrado en mí… Además soy muy reticente, porque llevo años yendo a psicólogos y estoy harta de hablar de mi pasado, de mí y no llegar a nada, sigo igual de frágil y sin saber vivir mi vida.

Por fin empiezo, y yo que no creo en milagros ni en nada, he de decir que la primera sesión fue un milagro. La conexión con Patricia es impresionante, todo lo que dice me llega de inmediato, me entiende con una sensibilidad única y al oírla hablar me lleno de energía: ¡quiero ser como ella! Quiero llegar a esa tranquilidad y humanidad, es maravillosa. Me hace ver cosas en mí nunca vistas, me hace entender desde el amor, acepta mi dolor pero intenta transformarlo en otra cosa, me hace ver la vida con otros ojos, con mis verdaderos ojos…

El hecho de observarme cambia todo en mí. Es verdad que me queda mucho camino, porque yo vivía al revés, me juzgaba, no me quería, me culpaba, estaba todo el tiempo en la mirada del otro hacia mí, criticando, odiando el mundo, odiándome a mí. Me faltan todas esas bases, pero en eso estoy y ahora por lo menos tengo herramientas y sé que todo está en mí y que puedo poco a poco mejoras cosas.

Desde la primera sesión noto un cambio en mí, un clic, un botón activado. Descubro algo tan sencillo que no sabía, puedo cambiar mi pensamiento, crear pensamientos positivos, y eso me hace ver la vida de otra manera… a los dos días de mi primera sesión llamo a mi mejor amiga que llevaba 3 años sin ver por un distanciamiento que me dolió mucho. Siempre la he echado de menos pero nunca me he atrevido a ir hacia ella, le tenía rencor y me sentía muy dolida. Pero de repente, todo eso se va y solo siento amor hacia ella, un inmenso amor que me emociona y llena de alegría. Unas semana después la veo y es todo un éxito, nos reencontramos, ella está a punto de ser madre y es maravilloso volver a tenerla tan cerca de mí. Además, ella conoce este tipo de terapia y me entiende y me anima a seguir por ese camino.

En cada sesión, he descubierto cosas, ha sido duro porque tengo muchas cosas que volver a enforcar, que cambiar, pero menos mal que he descubierto esto, por lo menos sé hacia dónde ir y puedo mejorar poco a poco. Ya no me siento totalmente perdida, siento que tengo fuerzas y energías aunque el camino sea largo. Es verdad que hay cuestiones, como mi relación con mis padres, que todavía no consigo hacer avanzar, no consigo perdonar e ir hacia delante, pero intento relajarme e ir a mi ritmo, sin forzar. Ya iré mejorando en eso también… Pero es que son tantas las cosas que tengo que soltar, aceptar; y reencontrarme no es fácil después de haber estado toda una vida escondiéndome. Solo sé que ahora mi trabajo para ser feliz es aprender a quererme y perdonarme para poder amar a los demás y poder cuidar de mi familia. Entenderme me está ayudando mucho a poder hacer este trabajo, y observarme es esencial para distanciarme de lo que me pasa en cada momento para no dejarme invadir por mis emociones, sino conocerlas, aceptarlas e intentar transformarlas. Saber comunicar también me ayuda mucho, no tener miedo a equivocarme a decir lo que siento es esencial. Aceptar que la vida tiene algunos momentos duros y otros buenos sin dejarme arrastrar por los malos. Cuidarme, mimarme, como si fuera una niña pequeña y así poder querer mejor a las personas importantes de mi vida. Respirar, relajarme, no dejarme llevar por la locura del mundo que nos quieren hacer vivir, sino vivir mi vida, la mía, como yo quiero, con amor y sin tensión. 

Ése es mi camino y estoy llena de ilusión de seguir en esa dirección que es la mía, la de mi felicidad y la de mi familia. Gracias Patricia, por haberme enseñado el camino, ahora camino sola, despacio pero camino y poco a poco iré caminando más a gusto, será más fácil, estoy convencida y quiero estarlo. Gracias por enseñarme a quererme y a descubrir mi verdadero Yo. Y sobre todo a ver la cosas con tanta humanidad, sensibilidad y amor. Así, el mundo sería más feliz…"

 *


Pequeñ@s/Mayores 
¿Cuándo dejamos de ser aquellas niñas maravillosas y nos convertimos en adultas peleadas consigo mismas?
¿Por qué nos hemos creído lo negativo que han dicho de nosotras y nos cuesta tanto aceptar lo positivo?
“¡Eres mala!”, “Niña, ¡qué tonta eres!”, “¿Es que no sabes hacer nada bien?”, “¡Te quieres fijar en lo que estás haciendo, que estás siempre en las nubes!”…
Éstas son algunas de las frases constructivas con las que somos educadas en casa, en la escuela, con la familia… Por la calle seguro que también hemos oído perlas de este tipo.
Así como al afirmarnos frases positivas reforzamos nuestra autoestima y ampliamos nuestras capacidades, al lanzarnos este tipo de sentencias estamos haciendo mella en nuestra sensibilidad.
L@s peques son pura percepción, lo captan todo a niveles energéticos muy profundos (de ahí que se suela decir que “son como esponjas”). Ell@s absorben nuestras buenas y malas vibraciones, puesto que tienen una energía muy pura, y las transforman.
¿Habéis notado la paz inmensa que da tener un bebé en brazos? ¿O la alegría que transmite un/a peque cuando viene corriendo hacia ti porque quiere jugar? Seguro que habéis viajado en avión alguna vez y había un/a bebé que no paraba de llorar… Por otra parte, ¿a quién no le entran ganas de llorar encerrad@ en una cabina con poquísimo espacio para moverse, rodead@ de “extraños”, a más de 10.000 metros de altitud? ¡L@s bebés perciben todo lo que sienten las personas que están a su alrededor!
Como son tan pur@s, también logran hacer aflorar en nosotr@s aquellas cosillas no resueltas que tenemos por ahí guardadas (sobre todo de la infancia, claro está), haciéndolas saltar como un resorte, abofeteándonos la cara. Lo que explica que, en muchísimas ocasiones, l@s peques nos saquen de nuestras casillas (quizás porque, precisamente, de pequeñ@s nos encasillaron demasiado).
Suele ser en esos momentos de locura y enajenación mental transitoria cuando surgen de nuestra boca ese tipo de frases estupendas de las que hablábamos al principio: “¡Es que me pones histérica!”, “¡Siempre lo toqueteas todo!”, “¡A ver si te quedas quietecita de una vez!”, “¿Es que no sabes portarte bien?”, etc., etc., etc.
A base de repetirles una y otra vez este tipo de “afirmaciones negativas”, l@s niñ@s acaban creyéndoselas. Y como para ell@s, l@s adult@s somos sus “diosas/es”, al final acabarán acatando nuestras órdenes y cumpliendo a rajatabla todas estas directrices tantas veces reiteradas.
Ahí es cuando empezamos a enemistarnos con nosotras mismas, ahí empezamos a distanciarnos de nuestras maestras interiores. A causa de un@s adult@s que no han sabido (no les han enseñado a) gestionar sus emociones –digo “gestionar”, no controlar ni suprimir- y que han repetido unos patrones que a ell@s previamente les habían sido inculcados.
Y yo no soy de la opinión de que es mejor que l@s niñ@s aprendan a base de palos (metafóricos, se entiende) para que así se hagan más fuertes y se preparen para la vida. Al contrario. Yo soy de la firme creencia de que nuestros pensamientos determinan la calidad de nuestra vida y de que podemos lograr el control sobre ellos para proyectar y construir un presente de armonía y amor.
Por supuesto requiere un esfuerzo, sobre todo si hemos crecido asentando nuestras bases en las afirmaciones erróneas. Pero es un esfuerzo que “merece la alegría” hacer, ya que los resultados van a mejorar exponencialmente la calidad de nuestra vida.
Asimismo, al aprender a observar, aceptar y transformar nuestros pensamientos y gestionar nuestras emociones con amor y desapego, seremos capaces de relacionarnos con l@s demás desde la compasión y no desde proyecciones internas, a la vez que podremos empezar a sanar las heridas de nuestras niñas internas y acercarnos con el amor y la veneración que se merecen a l@s niñ@s de las nuevas generaciones.
Al fin y al cabo, ell@s son las semillas de un futuro mejor.
Patricia.


Voluntad vs. Obligación

No creo que pueda lograrlo, no tengo fuerza de voluntad”.
¿Cuántas veces has oído esta frase, tanto en tu pensamiento o diálogo interior como en las conversaciones con l@s demás?
Aquello que nos impide alcanzar nuestros objetivos no radica sólo en la ausencia de fuerza de voluntad, sino que forma parte de un engranaje mucho más elaborado. Es una teoría conspiratoria transmitida tácitamente de generación en generación a través de las normas sociales y educacionales.
Bien, no es cuestión de echar las culpas a nadie, nuestros padres hicieron lo que pudieron y lo mejor que supieron. Más bien se trata de tomar nuestra responsabilidad acerca de lo que nos pasa y empezar a replantearnos seriamente (o con un poco de humor) nuestra vida.
Desde nuestra más tierna infancia, y a veces de manera poco sutil, nos enseñan a obedecer y a hacer lo que nos mandan (en ocasiones con herramientas tan poderosas como el chantaje y la extorsión… Sí, desde pequeñ@s aprendemos estas tretas maquiavélicas). Nos llenan de obligaciones y cedemos ante las demandas de l@s demás por miedo a perder su amor. 
No sé si os sonará a vosotr@s pero yo, en mi papel de “niña buena-hermana mayor-tengo que dar ejemplo”, me esforzaba al máximo por cumplir con dichas exigencias...
Pasando rápidamente por las diferentes etapas de la vida (y no metiéndonos mucho en la conflictiva adolescencia), llegamos a una edad en la que, de repente, se abre un abismo ante nosotr@s: llega un día en el que, sin previo aviso, no sabemos qué hay que hacer: de pronto nadie nos manda.
Este momento vital suele coincidir con la finalización del periodo académico obligatorio (en mi caso fue después de casi dos licenciaturas, tres cursos de especialización y un pseudo-master…). ¡No había más cosas que estudiar! ¡Ya no podría rellenar mi calendario de septiembre a julio! ¡Nadie me estructuraba la vida diciéndome lo que tenía que hacer!
Ahí es donde empieza la crisis y la desorientación: ¿cómo recuperar la voluntad superando la imposición/obligación? Y a veces hay que ir un poco más lejos: ¿cómo saber qué queremos realmente en la vida, qué es lo que nos apasiona y nos motiva?
Bueno, tengo que ser sincera. Lo cierto es que siempre ha estado presente en algún rincón de mi cabeza –acallada por el incesante diálogo de las voces de mi madre y de mi padre-, esa vocecita que me confirmaba susurrando cuándo algo me gustaba y cuándo no. Claro que, acostumbrada a oír siempre la misma frecuencia sonora, cuando no hacía caso por mucho tiempo a mi desgañitada voz interior, mi cuerpo se encargaba de vapulearme para ser escuchado: síntomas físicos, malestar, enfermedades, “accidentes”, etc.
¿Por qué nos es más fácil hacer lo que otr@s nos mandan antes que hacer lo que es bueno para nosotr@s, lo que nos dice nuestro interior?
Ahora sé que la clave está en reprogramar, como los canales de la TDT.
Claro que ojalá fuera tan fácil como pulsar un botón la tarea de resintonizar nuestras creencias limitantes y reorganizar nuestra mente ajustándola a nuestro objetivo de vida. Pero me temo que conlleva un pequeño esfuerzo (¡a veces muy grande!) el ejercicio de observar, identificar, aceptar y dar la vuelta a nuestros pensamientos…
Por suerte, para ayudarnos en la ardua pero gratificante faena (en realidad, la más gratificante de todas), contamos con una de las herramientas más poderosas y desaprovechadas del ser humano: la respiración.
Y gracias a técnicas como el Renacimiento (ahora ya me pongo corporativa), podemos aprender a desbloquear nuestro mecanismo respiratorio al mismo tiempo que ayudamos a nuestro(s) cuerpo(s) a limpiarse de todo el lastre acumulado a lo largo de nuestra(s) vida(s) –le estoy cogiendo el gusto a los plurales ambiguos-, y sacar el máximo rendimiento a nuestro maravilloso potencial.
En definitiva, el Rebirthing es una herramienta muy poderosa para lograr nuestros objetivos y construir la vida que queremos, sin preocuparnos más por la falta de fuerza de voluntad.
¡Tú eres voluntad! ¿A qué estás esperando para vivir tu vida plenamente?
Patricia.

 


Carta de Marieta
"Hace más de un año que conocí a Patricia. Nunca había oído hablar del rebirthing, ni de la respiración consciente. Antes de embarcarme en las sesiones de Renacimiento lei algo sobre el tema... Me resultó extraño, la verdad pero estaba harta de que ante cualquier acontecimiento en mi vida mi mente reaccionara como lo hacía, con ataques de ansiedad. Estaba cansada de encontrarme mal, de no entender qué me pasaba, de que mi cuerpo fuera por libre y sobre todo, de tener que aliviar ese malestar con medicación. Así que fui a conocer a Patri. La terapia no resulta facil, es un intenso trabajo personal. Pero su acompañamiento dulce, su impulso y las risas que nos echábamos cuando era necesario (porque no todo puede ser llorar y trabajar) cambiaron mi vida.
Ahora solo puedo decirle gracias y recomendar su trabajo. Una excelente profesional. Una amiga a la que siempre estaré unida porque su ayuda me transformó."



La importancia del nacimiento respetado
Por Patricia Medina
La evolución humana está marcada por innumerables períodos de luchas, dominación y ansias por prevalecer sobre otras especies y, las más de las veces, sobre nuestra propia especie. Pero es necesaria una reflexión acerca del momento actual de la historia en el que nos encontramos: el ser humano ya no necesita de ciertas prácticas para su supervivencia, ya no se encuentra en peligro constante por el acecho de depredadores. Ya no necesitamos guerreros. Por el contrario, ahora es el momento de hacer gala de nuestra condición de humanos como seres emocionales. Éste es el gran regalo de nuestra especie.
El ser humano posee actualmente una oportunidad maravillosa para realizar el salto cualitativo necesario que otorgue total reconocimiento a su humanidad, en el término más literal de la palabra. Y para conseguirlo, no hay más que hacer caso de la célebre frase que ya en los tiempos de la Grecia antigua decoraba la entrada del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”.
Este conocerse a sí misma/o debe pasar obligatoriamente por reconectarnos con nuestras emociones. Hemos de hacer las paces con ellas, pues son nuestra mejor guía para saber cómo nos encontramos. Son la brújula necesaria para caminar en la vida.
En nuestra sociedad, una práctica muy común es la de catalogar las emociones como negativas o positivas; de este modo, nos es más fácil deshacernos de las primeras. Pero tal error nos lleva a la supresión de cualquier emoción, pues nuestro cerebro emocional no distingue ni cataloga: si negamos, reprimimos y anulamos unas, directamente estamos negando, reprimiendo y anulando las otras.
Desde pequeños/as nos enseñan a reprimir las emociones, a minimizarlas, a negarlas. Esto genera una desconexión con nuestra voz interior y, lo que es peor, limita nuestra capacidad respiratoria pues, al tratar de “no sentir”, disminuimos la cantidad de aire que llega a nuestros pulmones. Y así, poco a poco, nuestro sistema respiratorio se ve cada vez más reducido, a fin de no tocar aquellos lugares físicos que producen dolor.
Uno de los momentos más cruciales en la vida de cada persona es el nacimiento. Lo que debería ser un acontecimiento sagrado, en muchas ocasiones se convierte en un auténtico calvario. Nuestro nacimiento es nuestro primer gran éxito en la vida y, como tal, debería contar con el contexto más adecuado para que las conclusiones que saquemos en ese momento vital sean las más favorables para nuestro desarrollo como personas. Dicho contexto ha de contar obligatoriamente con el halo de respeto y reverencia dignos de tan sagrado acontecimiento. Y esto, en muchos casos, no ocurre.
La medicalización del nacimiento ha traído consigo la disminución de la mortalidad infantil durante un período importante de nuestra evolución, pero ya es hora de que revisemos los protocolos que hemos adoptado de forma sistemática en favor de una humanización del proceso del parto.
Dicha humanización consiste en hacer una llamada de atención sobre aquellas prácticas que desconectan a la mujer de su esencia mamífera, provocando el trabajo del neocórtex en una situación completamente instintiva y sexual. Dicho de otro modo, consiste en proteger a la mujer para que se sienta a salvo y pueda conectarse con su fuerza más profunda y ancestral con el fin de ayudar a nacer al nuevo ser que da a luz.
En la formación de doulas, se hace constantemente hincapié en la necesidad de acompañarnos primero a nosotras, antes de iniciar nuestro acompañamiento a otras mujeres. Hay que realizar un camino de conocimiento personal que nos ayude a observar cuáles son los mecanismos que inconscientemente nos ayudan o nos bloquean en nuestra vida. Pues, así como todas las personas co-creamos activamente nuestra realidad a partir de nuestros pensamientos, creencias y hábitos, todas las personas involucradas en un nacimiento co-crean ese momento desde sus propias experiencias y programaciones; y como es una situación tan vital y única, los guiones de nacimiento de los y las presentes se activarán favoreciendo o entorpeciendo el proceso.
Para mí, una de las mejores herramientas para iniciar un proceso personal es la Respiración Consciente o Renacimiento (Rebirthing).
En nuestra sociedad, la importancia de la respiración está infravalorada. Parece que no nos damos cuenta de que sólo utilizamos un 20% de nuestra capacidad y de que este hecho está íntimamente relacionado con el intento de reprimir las emociones a fin de evitar sentir dolor.
En Renacimiento, uno de los objetivos principales es el de desbloquear el sistema respiratorio, de modo que podamos respirar libremente sean cuales sean las circunstancias por las que estemos pasando. Además, también se trabaja con la psicología creativa, proporcionando herramientas para que la persona se vea a sí misma como la auténtica co-creadora de su realidad y recobre las riendas de su vida.
Ya nuestra primera inhalación se ve enturbiada por un corte prematuro del cordón umbilical, lo que provoca que la primera vez que entre aire en nuestros pulmones sea desde la asfixia, la urgencia y la sensación de que nos vamos a morir (más aún si encima nos pegan un cachete para “ayudarnos”). Como explica el doctor George M. Morley en su artículo “How the Cord Clamp Injures Your Baby's Brain”,La obstetricia moderna no comprende las funciones normales del cordón y de la placenta a partir del momento en el que el niño nace, y en la mayoría de los hospitales el cordón umbilical se pinza y corta inmediatamente tras el nacimiento. (…) Antes de nacer, el cordón y la placenta respiran para el bebé. Los seres humanos y el resto de los mamíferos han desarrollado a lo largo de millones de años un mecanismo muy seguro para cerrar los cordones umbilicales en el momento del parto sin llegar a interrumpir la respiración asegurando la supervivencia óptima de sus descendientes. (…) El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos (CAOG) y la Sociedad de Obstetras y Ginecólogos de Canadá (SOGC) abogan por el pinzamiento del cordón inmediatamente después del nacimiento, antes de que el niño haya respirado. Esto corta instantáneamente la fuente placentaria de oxígeno, a la vez que el niño permanece asfixiado hasta que los pulmones empiezan a funcionar. La sangre, que se hubiera trasladado normalmente para establecer la circulación pulmonar del bebé, se queda bloqueada en la placenta, y el niño desvía la sangre del resto de los órganos para llenar los vasos sanguíneos del pulmón.”
En el nacimiento, además de la mirada a los ojos entre la mamá y el bebé y el piel con piel, otro momento crucial es el corte de cordón. En una madre sana, que no ha tenido complicaciones durante la gestación y el parto, el corte de cordón se puede retrasar hasta mucho después de que haya dejado de latir. Y es importante resaltar la necesidad de que se respeten los tiempos de cada mujer y cada bebé, pues por mucho protocolo que se quiera imponer, cada ser es distinto.
El doctor Michel Odent, en su libro “El bebé es un mamífero”, confirma la importancia del cerebro arcaico (también llamado cerebro instintivo o emocional) como algo indisociable del sistema hormonal y del sistema inmunitario, con el cual forma una compleja red, soporte de los sistemas de adaptación cuya calidad de funcionamiento define la palabra salud: “La salud es el modo de funcionamiento de nuestros sistemas de adaptación más antiguos, los que maduran en épocas más tempranas”.
Lo que en Rebirthing se llama guión de nacimiento, Michel Odent lo llama “periodo primal” y en el libro anteriormente citado también expone la necesidad de “rehabilitar al cerebro primitivo, de otorgarle nuestra confianza cuando no ha sido “domado” durante el período de dependencia de la madre. (...) Domar el cerebro primitivo empieza mucho antes, desde la primera toma del pecho de la madre.” Y yo diría desde nuestra primera respiración y el corte del cordón.
Cada vez que comenzamos algo en nuestra vida, emprendemos un nuevo proyecto, comenzamos una relación, etc., estamos recordando o reactivando inconscientemente (desde nuestro cerebro arcaico) nuestro primer gran éxito en la vida: nuestro nacimiento. Según cómo haya sido nuestro nacimiento, se cristalizarán en nuestra memoria celular una serie de conclusiones que serán clave para muchos de nuestros patrones de comportamiento. Por supuesto, no son normas inamovibles y, en muchos casos, dependerán de la crianza recibida en nuestros primeros años de infancia, pero es importante que reflexionemos acerca de las prácticas neonatales.
Al respetar el proceso del nacimiento, estamos honrando nuestra sabiduría instintiva, evitando traumas que nos desconecten de la actitud positiva hacia la vida y asegurando que este nuevo ser que viene al mundo lo hace sabiendo que se respetan sus tiempos y se ensalza su proceso. De manera que, en su vida, cada vez que comience un nuevo proyecto, sabrá que las demás personas tendrán en consideración sus tiempos y honrarán su proceso, pues, como co-creador de su realidad, así sus pensamientos se lo harán creer.
Creamos lo que creemos.
Como asegura Michel Odent, “Una actitud positiva hacia la vida parece ir a la par con el desarrollo sin trabas de un cerebro primitivo fuerte, arcaico, instintivo”.
Es hora de que se produzca un nuevo despertar de la consciencia, que nos interroguemos acerca de las prácticas tradicionales y que busquemos nuevas soluciones más acordes con las necesidades actuales. Una de estas necesidades es la de reconectarnos con nuestras emociones, con nuestra intuición. Ya está bien de entregar nuestro poder a los demás, ya está bien de dejar de asumir responsabilidades. Es el momento de reaprender a escuchar nuestra sabia voz interior y actuar.
 ❉
Un sencillo ejercicio para tomar conciencia de la respiración y comenzar a expandir nuestra capacidad pulmonar es el de “las 20 conectadas”. Consiste en tomar 4 respiraciones cortas y 1 larga y profunda sin que haya pausa entre ellas, haciéndola de forma circular. Este “bloque” de 5 respiraciones se repite 4 veces. Hacemos respiraciones suaves, sin forzar en ningún momento, y tomándonos unos minutos para observar qué ha cambiado.
Es un ejercicio corto pero muy potente, y practicarlo una vez al día nos puede proporcionar la serenidad necesaria para comenzar a reconectar con nuestro interior.